En la cara de los otros policías se notaba el descontento
por no habernos descubierto primero. Los que nos tenían consigo nos mostraban
como un botín con el que iban a resolver el resto del mes, el trofeo de
ascenso, el orgullo para sus jefes, el traslado a otro cuerpo policial de mayor
importancia. Los que no, nos veían como hienas que lamentan que el león hubiera
llegado antes, pero con la boca ansiosa esperando que el que estaba por encima
en la pirámide alimenticia terminara de comer, para ellos por lo menos roer el
hueso en un puesto policial más adelante.
Tres semanas antes, un gran amiga me anunciaba que había
resuelto cómo irse del país. Yo, en shock, tragué saliva y le deseé lo mejor. Ella
y yo ese año nos habíamos puesto de acuerdo para irnos juntos, en ver cómo salíamos
de este peo y entre apoyos, apostillas y palancas para pasajes aéreos habíamos
montado un parapeto para irnos a vivir a Madrid. Todo se cayó cuando la
aerolínea en la que nos íbamos redujo la cantidad de vuelos desde y hacia
Caracas y eliminaron Cadivi estudiantil. La noticia de que Daniela había resuelto cómo irse me
dio alegría y tristeza al mismo tiempo. Durante esos días de revoltijo
emocional me escribió otra amiga, Carolina, una paisa que había conocido en
Malta, invitándome a conocer Medellín. Yo, en búsqueda de oportunidades, de
explorar más ciudades, de conocer mundo, de ver a Caro y de sacarme el despecho
emocional, le dije que sí.
Durante aquellos días, me puse a probar la aplicación de
Couchsourfing y conseguí a un danés varado en un hotel de mala muerte en la
avenida Baralt que tenía que estar en Caracas unos pocos días. Resulta que
Andreas andaba en un viaje de un año por Sudamérica. Había comenzado en Brasil
y su segunda parada era Venezuela. Él, por la fama del país, había decidido
quedarse sólo unos pocos días y conocer La Gran Sabana y Mérida. Pero estando
en el Salto Ángel botó su tarjeta de crédito danesa, como pudo la reportó y le
dijeron que se la enviaban al consulado danés más cercano: en Caracas.
El pobre danés que había decidido obviar Caracas en su tour,
ahora tenía que ir a enfrentarla. Quiero decir que no fue sólo una suerte para
él haberme conocido gracias a Couchsourfing, sino para mí también. Conocí a uno
de los carajos más panas del universo.
Cuando Andreas resolvió el peo de la TDC se iba a Mérida
justo días antes de que yo casualmente también fuera para allá en mi vía a
Medellín. Nuestros itinerarios coincidieron en el cruce de fronteras. Yo iba a
Mérida a pasar unos días en casa de un amigo y vería cómo me iba al aeropuerto
Camilo Daza de Cúcuta; Andreas iba a pasar unos días en Mérida y de ahí veía
cómo cruzaba la frontera con Colombia para ir de alguna manera a Santa Marta.
En el terminal de Mérida nos dieron dos opciones para llegar
a Colombia: 1. Un bus hasta El Vigía y luego otro bus a Cúcuta y 2. Un bus
hasta San Cristóbal y luego un taxi hasta Cúcuta. Una amiga en Caracas me había
recomendado la segunda opción por ser más segura y, vamos, yo andaba viajando
con un extranjero, así que llamé al Sr. Romer, un taxista de la frontera, y
cuadré la carrera con él a las 7am desde el terminal de autobuses de San
Cristóbal.
Después de una larga noche, a eso de las 6 de la mañana
Andreas y yo decidimos comernos un pastelito andino en el terminal de autobuses
de San Cristóbal, de esos que tienen más arroz que carne, cuando un policía de
metro y medio nos gritó: “¡Gringos!, ¡alto ahí!”
Andreas, por suerte, tenía un buen nivel de español. Así que
pudo entender el comando del policía: “Miren, gringos, pasaporte vigente en
mano”.
–¿Adónde se dirigen, ciudadanos? –Yo pensé que decirnos
“gringos” y después “ciudadanos” era una contradicción, ¿para eso nos pedía las
cédulas, no?
–Vamos a Cúcuta. Al aeropuerto. Vamos a tomar un avión esta
tarde. –Le dije tomando la iniciativa, con acento margariteño y cédula en mano,
para que dejara la mariquera de decirme “gringo”.
–Le pedí su pasaporte. No su cédula. ¿O que usted es
extranjero y está ilegal aquí? –Pensé: “¡Guevón! Es imposible que sea
extranjero si te saco la cédula, majcareverga”. Y saqué mi pasaporte. –Ok, muy
bien, vamos un momentico a la caseta para revisarlos.
Después de eso, el policía enano hizo señas a otro policía
más alto que estaba metiéndose un papelón con limón en una esquina y no se había dado
cuenta del show. Mientras caminábamos hacia la caseta, otros policías que
andaban por ahí ponían cara de tristeza, como si se hubieran perdido el botín
del siglo, mientras que nuestros policías alto y enano tenía una cara sonriente
y nos exhibían como si esa tarde fueran a recibir un ascenso.
En la caseta de policía nos revisaron todo. Abrieron
nuestras maletas por ser culpables del crimen de viajar. El ambiente estaba
tenso. Yo que había pasado dos semanas tratando de que Andreas sintiera que era
un país de pinga, con gente de pinga, lugares de pinga, se me había cagado la
vaina con estos huevones revisándonos a una hora de distancia de Colombia. Así
que intenté lo imposible: romper el hielo.
-Dígame la verdad, ¿dónde metió la marihuana?
-Coño, mi pana, yo no fumo y este pana tampoco, de pana
estamos viajando por tierra porque es más barato.
-¿De pana? Dígame la verdad. No le voy a hacer nada. –Dijo con
su súper gocho acento.
-De verdad, somos chamos sanos. ¿Tú sabes cuántos años tiene
este catire?
-¿Cuántos, a ver, dígame?
-21. Recién cumplidos.
-¡Aaaay, pero no puede ser! Si está como grandote. Mire que
le voy a buscar a alguien de la misma edad que él, pero más alto.
Y se apareció con este policía más enano aún.
Después de joder como media hora mientras nos dejaban meter
todo en nuestras maletas otra vez, casi que no nos pusimos a beber cervezas con
ellos porque eran las 8am. Durante el rato aparecieron otros policías a
comparar las estaturas de Andreas y la del policía enano y a averiguar cuántos
dólares nos habían sacado.
-Nada. –Le dije a un carajo que fue demasiado boleta
preguntando– No teníamos una verga. Somos la gente buena.
-Ah, bueno, la gente como usted es la que hace falta para
construir este país –Dijo el bicho que me quería matraquear.
Así, a los minutos terminamos en la entrada del terminal de
San Cristóbal otra vez, escoltados por una mujer policía y gocha que tenía todo
el paquete para una digna escena de película porno que nos dijo: “Papitos, ¿pero
me puedo ir yo con ustedes para Colombia? Así me dan un paseíto y vemos qué
pasa. Y ya van a ver, nadie los va a parar más, porque la que los va a tener parados a ustedes soy yo”.
Y así fue. Luego de su propuesta que rechazamos porque "no
cabía en el taxi", nadie nos paró más y llegamos a Cúcuta.
1 comentario:
Alá, pero que brutal en serio, el que no arriesga no pierde, o en su caso, no gana, los felicito, en serio.
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